Por Isaí Barrera Montenegro
Cada año se celebraba el concurso para elegir el mejor producto agrícola del pueblo. Marcus llevaba cinco años consecutivos siendo el ganador del certamen. Su producto era el maíz, cuya calidad era la más sobresaliente.
Cuando un reportero le preguntó si podía contar el secreto de su maíz, él dijo: «Claro. Se debe a que comparto la semilla con mis vecinos». Asombrado, el reportero preguntó: «¿Por qué comparte su mejor semilla con los demás, si ellos entran en el mismo concurso también?»
Lo que sucede, dijo el agricultor, es que el viento lleva el polen del maíz maduro de un sembradío a otro. Si mis vecinos cultivan un maíz de baja calidad, la polinización degradaría la calidad del mío. Para obtener un buen maíz, debo ayudar a mis vecinos para que también lo hagan.
Este mismo secreto funciona para otros aspectos de la vida. Si quieres una vida llena de paz y plenitud, debes ayudar a otros para que también la obtengan.
Cuando ayudamos a los demás estamos creando una cadena de amor y bendición para todos. Jesús vino a dar vida en abundancia y nosotros debemos ser instrumentos para que los demás también reciban esa bendición.
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