Por Pablo David Estrada
Nuestro Abogado: vale la pena reflexionar muchas veces lo que esto significa. Un abogado nos defiende, está a nuestro favor, vela por nuestra seguridad, espera obtener las mejores opciones para sus defendidos, usa la ley en favor del culpable y defiende a pesar de la culpa.
Tal defensor es no solo importante, sino incomparable e impagable.
Tal abogado es la mejor protección para nuestras almas.
Tal defensor vale la pena satisfacer.
Pero ¿De qué nos defiende? ¿Podríamos existir sin Él? No podemos existir como creyentes e hijos de Dios sin El. Sin su protección, sin que Él esté entre nosotros y Dios. Pues Él nos defiende de nuestra maligna contaminación, al existir frente a la súper santísima limpieza de Aquel que por los siglos es sin micro milésima imperfección. Sin Cristo nos es posible existir ante Dios.
Por esta razón, ciertamente el Apóstol señala: “Jesucristo el Justo». Para algunos debe ser extraño. Debido a que es el Apóstol quien señala que es solamente Jesucristo el justo quien intercede por nosotros; es decir, remarca claramente que no hay mujer, santo, o grupo de santos que puedan y deban interceder por las personas en la tierra.
De la misma manera, señala que, desde acá en la tierra, solamente debemos buscar a nuestro abogado. Quien lea que entienda.
Jesucristo el justo: no es difícil de justificar este término, y vale la pena reflexionar. Pues es este Cristo quien tenía el poder de Dios y se humilló hasta lo sumo. Es El quien podía destruir al malhechor, pero eligió perdonarlo. Él era la vida Eterna, y quiso entregarla como regalo de gracias, a todos los malhechores que perdonó.
Cuanto más podemos hablar de este justo sin igual; sus oraciones eran como la ventana más dichosa a lo divino, pues ni la vejez de sus discípulos logró hacerlas olvidar. Tal era la dicha y el resplandor de su gloria, que sus seguidores le clamaron “enséñanos a orar».
Su canto era como el cantar de los ángeles en su vigor, el tronar de las cascadas, y la frescura del viento. Este ciertamente, inspiraba la mayor complacencia en el Padre Celestial.
Su predicación inspiraba el asombro, inspiraba la veneración y la más perfecta dedicación. Su inspiración demandaba la entrega del alma, y es por su gloria invisible que todos le entregaban el corazón.
Jesucristo el justo, que protege mi alma; a nadie le puedo dar tu lugar. ¡No te merezco, eres mi mayor regalo, mi perfecto propósito, eres el anhelo que necesito encontrar! Dichoso quien te encuentra, mediocre el que te ignora, maldecido el que te odia: pues tu jamás le odiaras.
Más bien esperas a los que te odian, llamas a los que te insultan, esperas y lloras por las almas de los que te desprecian, y ponen a otros en tu lugar. Pues eres justo. ¡El único Justo fue dado para los injustos! El único bueno es el regalo para la salvación de todo perverso. De los cuales, yo soy de los primeros.
¡Tu Señor mereces toda gloria, adoración y consagración!
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