Por Rosalío Ramírez Rivas
En el reinado de Acaz y Ezequías (742-734 Ac.), profetizó Isaías, hombre que Dios levantó cuando decaía Israel por su apostasía. El proclamó, por sus sueños y visiones, la venida del Mesías, con los epítetos, cuando dijo este texto. Cada una de estas propiedades, aunadas a los atributos que ya de por sí tenía, tiene y tendrá, por ser la misma esencia de Dios, con sus perfecciones como: omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia.
Más de dos mil años después, José tuvo un sueño que le anunciaba el nacimiento de un niño, concebido por medio del Espíritu Santo, en el vientre de la entonces virgen María. Un ángel del Señor se le aparece y dice: “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque Él salvará al pueblo de sus pecados”. (Mt.1:21).
JESÚS: Rey de reyes, con un imperio sin límite de tiempo, espacio, fronteras y riquezas; niño tierno sensible al ver a las almas que se pierden, suave al comunicar su palabra, amable para con el que le busca, blando por su compasión y amoroso por excelencia, al extremo de entregar su vida por nosotros.
JESÚS: el Hombre que partió la historia en dos, el Hombre maravilloso que ha asombrado desde sus inicios terrenales dejando su trono de gloria, para constituirse entre, con y como nosotros; para que darnos la gracia salvífica. Ser sobrenatural que desde su infancia provocó celos del rey Herodes en sus dominios, asombró a maestros y eruditos con su sabiduría y gobernó el curso histórico conforme a su crecimiento y madurez.
Así como aquellos hombres soñaron, y esos sueños se hicieron realidad, por el plan maravilloso de Dios, hoy en día, existen millones de mujeres y hombres con sueños que denotan también, como cambiar el curso de las tribulaciones, la turbulencia de las personas que por doquier deambulan, con una forma negligente de vida, que no esquematizan ni formulan bases sólidas para la formación de las familias.
También existen sueños entre los cristianos para ver un mundo cambiado, pero, muchas veces nosotros mismos somos parte integrante de alguna manera, que no coadyuva a tan soñados cambios de un mundo que languidece de veracidad, valores morales, espirituales y ante todo, en esta época cuando recordamos la natividad de Jesús.
Debemos meditar largo y tendido en torno a nosotros mismos, con estas preguntas: ¿Están abiertas las puertas de mi corazón realmente, para que Jesús nazca de nuevo? Cómo el niño que creció, se alimentó, fortaleció y creció, y luego enseñó, predicó con ejemplos, y ante todo amó y sirvió ¿Yo también lo he hecho desde mi nuevo nacimiento? ¿Me lleno constantemente del Espíritu Santo?
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