Simbiosis o Parasitismo

“Ahora pues, llevad también a cabo el hecho, para que como estuvisteis prontos a querer así también lo estéis en cumplir conforme a lo que tenéis”.

(2. Co. 8:5, 11, 14)

Aparecer en la nómina de una iglesia es muy poco para el porvenir de esa comunidad. Ser elemento ‘pasivo’, en una sociedad donde la vitalidad depende de la acción y del mayor rendimiento de sus integrantes, es traicionar la causa de tal colectividad.

La solidez de una asociación, como la de un muro, depende de la calidad de sus elementos, que cooperan en una empresa que les pertenece y a la cual pertenecen ellos también.

La iglesia, sin embargo, no es una simple asociación. Es un organismo viviente. Por lo tanto, la contribución máxima de sus miembros corresponde a TODOS. Siempre hay una participación individual que cubrir en las cargas generales. El egoísmo ahí, no tiene lugar.

Podemos decir, que creer en el evangelio y considerarlo como una mera fuente de utilidad personal, es descansar fundamentalmente en una confusión de valores; puesto que el equilibrio y desarrollo de la vida espiritual, depende de una serie de actividades cuya esencia consiste en salir de si misma y aspirar, vivir constantemente para otros. Pablo podía decir, considerando su actitud hacia los demás “como pobres más enriqueciendo a muchos”.

El ejercicio de una vida cristiana, se define como una vida trascendente, cuyo escenario está particularmente fuera. Se define no como una posesión contra otra, sino como una donación de si misma proyectada hacia los demás.

Busquemos un paralelismo. La historia natural discrimina los términos de SIMBIOSIS Y PARASITISMO. Se dice que la SIMBIOSIS es una asociación íntima de organismos de especies diferentes que se benefician mutuamente en su desarrollo. Cuando uno de estos organismos deja de favorecer al otro, y sólo busca su propia utilidad, se convierte en un parásito el cual está condenado a perecer, o a vivir a expensas del otro hasta extenuarlo.

El cristianismo en su ordenamiento racional y natural, es cien por ciento SIMBIÓTICO. La iglesia en su aspecto práctico, lo es igualmente. Lo más importante en una iglesia es el desarrollo del concepto de como debemos darnos a los demás, si queremos consolidar el progreso de la fe y la felicidad de vivir como cristianos.

El valor de una comunidad varía, naturalmente, en razón directa del valor productivo de sus miembros y no en la forma de como ellos succionan el producto de esa comunidad. Es principio bíblico es “DAD Y SE OS DARÁ”. Esto tiene un valor directamente SIMBIÓTICO. Es indispensable que, para recibir la fuerza inherente de la comunidad, tengamos que dar vigorosamente de nuestras fuerzas.

La iglesia de Macedonia fue un vivo ejemplo de este principio. El apóstol Pablo, lo describe así: “… Se dieron primeramente al Señor, y a nosotros por la voluntad de Dios”. Los macedonios velaron por suplir la necesidad de otros, y lo hicieron en situación difícil de tribulación y de profunda pobreza. Pablo testificó que habían dado sobre sus fuerzas. El altruismo de esta iglesia inmortalizó el apotegma bíblico: “Mas bienaventurada cosa es dar que recibir”.

Como punto-base al segundo término, el apóstol Pablo exhorta a la iglesia de Corinto a no entregarse al PARASITISMO: “Ahora pues, llevad también a cabo el hecho, para que como estuvisteis prontos a querer así también lo estéis en cumplir conforme a lo que tenéis”. “…Vuestra abundancia supla la falta de ellos, para que también la abundancia de ellos supla vuestra falta, para que haya igualdad”. (2. Co. 8:5, 11, 14). Esta iglesia obsesionada casi por una vida estática, olvidó su responsabilidad “simbiótica”.

No había podido darse ni aun en proporción mínima. Este es un factor en extremo importante y el hecho se manifiesta cuando Pablo, les dice: “He despojado las otras iglesias recibiendo salarios para ministraros a vosotros”. (2. Co. 11:8). ¡Qué débiles eran las mallas de su red! Claro que este no era el tipo ideal en las iglesias del primer siglo, para los movimientos progresivos del ideal misionero de aquella época.

La célebre crítica del apóstol Pablo a los corintios, suscita para nosotros una interrogante tácita: ¿Cómo se explica el propio avance de la obra en nuestro medio?

El hilo conductor de un efectivo progreso en nuestra iglesia depende, de nuestra capacidad como miembros. El esquema práctico de una iglesia no se compone de zánganos sino de abejas. Los zánganos son consumidores, las abejas productoras.

La iglesia no es medio para vegetar. Cada miembro de una iglesia debe ser un punto de sucesión de vidas. Cada iglesia debe participar realmente en la conquista del mundo para Cristo. No es posible que cristiano e iglesia, se regocije en la superficialidad de sus propios límites, sino ha sabido salir fuera de sus propias fronteras, haciendo lo que por obligación le está mandado cumplir.

El problema planteado a las iglesias por el apóstol, no ha sido desahuciado, vive en pie: “¿Cómo irán sin haber quien les predique? Y ¿cómo predicarán sino fueren enviados? Esta es la pregunta aurea que nos conduce al terreno de ¿Simbiosis o Parasitismo?

Por: Rubén Rosales Padilla

Rubén Rosales fue uno de los pastores fundadores de la obra bautista en el país y su primer presidente electo en 1946. Maestro de Educación Primaria, dirigió el programa de alfabetización convencional. (en Nueva Era Bautista, 06/1956).

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