Llamados a Cantar y Contar

“Entonces, en aquel día, David comenzó a clamar al Señor por mano de Asaf y sus hermanos: Alaben al Señor, invoquen su nombre, den a conocer en los pueblos sus obras. Canten a Él, cántenle salmos; hablen de todas sus maravillan.”

(1. Cr. 16:7-9)

I.-TENEMOS MOTIVOS PARA CANTAR. (Entonces, hablando del contexto).
La ocasión en que se dio esta motivación de alabanza, fue cuando el pueblo de Israel por inspiración del rey David, logró el traslado del Arca del Pacto, de la casa de Obed Edom hacia Jerusalén, después de un primer intento que resultó trágico, por no hacerlo, conforme Dios había establecido en su palabra. (1. Cr. 13:5-14).

El Arca del Pacto simbolizaba la presencia de Dios entre su pueblo; (Y era un tipo de Emanuel = Jesucristo / Dios con nosotros) y por eso el regocijo era grande, porque el traslado había sido exitoso, en vista que fue conforme a la Palabra de Dios.

Y fue David el que escribió este salmo, y se lo dio a los cantores, para que ellos a su vez motivaran al pueblo a alabar a Dios con cantos, por su Presencia, por la grandeza de su poder, y por sus obras maravillosas a favor de su pueblo. (Stg. 5:13).

La motivación de cantar alabanzas al Señor, se encuentra en innumerables pasajes de los salmos, especificando que deben ser cánticos preparados, consagrados (nuevos), y que deben expresarse con alegría, acción de gracias, y en la hermosura de la santidad. (Sal. 96:9).

El Espíritu Santo a través del apóstol Pablo, también reveló que los cantos de alabanza no deben ser mundanos, carnales y sentimentales, sino inteligentes, con gracia y espirituales, como los salmos. (1. Co. 14:15; Col. 3:16).

II.-TENEMOS TESTIMONIOS QUE CONTAR.
Hay otros verbos en esta motivación, como: decir, proclamar, anunciar, dar a conocer, hablar, etc. dando a entender que el pueblo de Dios no se debe limitar solo a cantar, sino también debe contar a los demás las maravillas del Señor. (Sal. 9:1).

El hombre del testimonio en San Lucas 8:37-38, había vivido la espantosa experiencia de estar poseído por demonios, los cuales lo habían mantenido en miseria, oscuridad, soledad, dolor, y tormento, aterrorizando a comunidades enteras.

Pero, Jesús había llegado y él ahora estaba experimentando la libertad, por el amor y poder del Señor Jesús, y este hombre muy agradecido por su liberación, quiso irse con su Libertador y con sus discípulos, para seguir presenciando sus maravillas.

Pero el Señor claramente le asignó la importante tarea de “Contarle” primeramente a su familia y luego a los demás, “Cuan grandes cosas había hecho Dios con él”, porque toda aquella gente que lo había visto oprimido y esclavizado, debía ver con sus propios ojos, y oír con sus oídos el testimonio de este nuevo hombre, que por mucho tiempo había sido un problema para ellos.

Aquel hombre, en obediencia se fue a su familia. Y a la ciudad y la región de Decápolis, a ser de bendición, contando y demostrando el poder y el amor de Jesús, así como su bondadosa disposición salvadora para todo aquel que la desee. (Hch. 4:20).

El Señor quiere que su pueblo le adore, y le alabe, pero también que anuncie y muestre a la gente, las maravillas que Él ha hecho, y la misericordia que ha tenido para con los escogidos.

“Te alabaré, Señor, con todo mi corazón; contaré de las cosas maravillosas que has hecho”. (Sal. 9:1).