La Autoridad Total en el Cielo y la Tierra

Por Elías M. Brown

“Toda autoridad en el cielo y en la tierra le ha sido dada a [Jesús]”. Mateo 28:18

En el Evangelio de Mateo, las primeras palabras de Jesús después de la resurrección son un llamado a dejar de lado el miedo y viajar a Galilea donde Jesús dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mt. 28:18). En un mundo saturado de fuerzas que se hacen pasar por autoridad, la Pascua es un recordatorio de que los poderes de hoy son derrotados decisivamente por Jesús. La Pascua es un llamado a vivir en la identidad y autoridad que se encuentra en Jesús a la luz de la eternidad.

En el ínterin, Jesús está presente con aquellos que experimentan un sufrimiento brutal y desolador como los poderes limitados en el tiempo de la furia de este mundo. Si alguna vez hubo un momento descrito con precisión como abandonado por Dios, es cuando Jesús mismo gritó a gran voz: “¡Eli, Eli! ¿lama sabactani?’ (que significa “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has desamparado?”. Mt. 27:46). En su crucifixión, Jesús se identifica con el sufrimiento del mundo, y en su resurrección, Jesús demuestra la autoridad de eternidad que hará que el antiguo orden de cosas pase y todo sea hecho nuevo (Ap. 21:4-5).

La Pascua es un llamado paradójico a vivir con esperanza mientras nos unimos a Jesús para dar nuestras vidas. En la crucifixión, dos testigos modelan esta disposición. José y Nicodemo, miembros del Sanedrín que había condenado a muerte a Jesús en una casa particular con falsos testigos, eligieron este momento de dolor e injusticia para identificarse con Jesús (Jn.19:38-42).

Mientras el Salvador del mundo colgaba en la quietud de los muertos, fue una respuesta valiente identificarse públicamente con un cuerpo que se dejó pudrir en la ladera de una colina con la aprobación del gobierno, la aprobación de los líderes religiosos y con el ejército más poderoso del mundo empuñando el martillo. Estos testigos pascuales sin tumba vacía de resurrección, ni garantía de seguridad personal optaron por separarse de la mayoría silenciosa en identificación con un cuerpo considerado desechable.

Hay demasiados cuerpos considerados desechables hoy en día. En la guerra en Ucrania, los cuerpos torturados se han dejado descomponer durante semanas al lado de la carretera o en fosas comunes cavadas con prisa. En un mundo donde 500 millones han contraído COVID-19, los países de América del Norte y Europa acumulan vacunas en nombre de la seguridad, mientras niegan casualmente medicamentos que salvan vidas.

En colapsos económicos totales en Sri Lanka, Líbano y Venezuela, unos pocos corruptos parecen mantener el control de alguna manera, mientras condenan a millones al sufrimiento y al hambre. En Nigeria, los niños son retenidos para pedir rescate, mientras que, en Myanmar, millones son refugiados en tanto, el ejército ataca a sus propios ciudadanos. Los bebés son desechados.

La violencia racista extiende su legado pecaminoso. En cada ciudad, los sin techo y aquellos que trabajan en la más absoluta pobreza para ganarse el pan de cada día son fácilmente ignorados, o peor aún, cuya lucha se racionaliza. Donde la crucifixión de Jesús se identifica con todos los que han sido considerados desechables, José y Nicodemo son un llamado a servir precisamente en estos momentos con esperanza de resurrección.

José y Nicodemo, que habían sido discípulos en secreto, se transformaron cuidadores del cuerpo de Jesús y en dar públicamente de sus propios recursos. En estos actos de servicio, Dios los usó de una manera poderosa, así como Dios puede usar a cada uno de nosotros. Como José y Nicodemo, debemos unirnos a Jesús en el dolor y el pecado de este mundo en un viaje de valentía, esperanza y servicio.

Jesús está vivo. Por lo tanto, podemos escuchar esas primeras palabras posteriores a la resurrección y dejar de lado nuestro miedo y caminar hacia el dolor con un servicio que proclama con valentía que la esperanza, la paz y la vida nueva resucitada son posibles hoy y prometidas en Jesús para la eternidad.

Esta Pascua, en nombre de la Alianza Mundial Bautista, una familia en 128 países y territorios que proclama que toda autoridad en el cielo y la tierra está en Jesús, sirvamos con la esperanza y el coraje de la eternidad.