Jesús Anuncia Su Muerte

“Desde entonces Jesús comenzó a declarar a sus discípulos … que le era necesario … ser muerto, y resucitar al tercer día … Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle … nunca esto te acontezca. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de Mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”.

(Mt. 16:21-23)

Es interesante notar este pasaje; pues en el mismo, Jesús llama a Pedro «Satanás», y en el pasaje anterior es donde algunos atribuyen que Jesús hizo a Pedro jefe de la iglesia.

Lo cierto es que la cabeza de la iglesia no es ninguno de los apóstoles y ningún profeta. Cristo Jesús es el Hijo de Dios, es el Único Elegido de Dios para guiar a las personas a Dios. Solamente por Él se debe perder la vida. Seguir a Cristo no es algo monótono. Para seguirle hace falta negarse a uno mismo (16:24).

Estamos en el mundo, y estamos saliendo del mundo; pero debemos tomar a Cristo como lo más importante de este mundo, lo único por lo que vale la pena perderlo todo. La iglesia se basa en la verdad de la gloria de Cristo; quien lo dio todo para salvarnos, pues esa era la perfecta voluntad de Dios.

¿Cuál es la voluntad de Dios para nosotros?
Que vivamos en amor como Él nos amó. Comprender esto es fácil, pero el practicarlo es lo que nos cuesta.

La presencia de Dios es pura, por eso debemos alejarnos del pecado para estar cerca de Él, Si le amamos de verdad.

La voluntad de Dios es que amemos a los demás, por lo cual no debemos ser egoístas nunca.

Para cumplir su voluntad debemos seguir sus principios, por eso dice el Señor que debemos negarnos a nosotros mismos. Para contemplar la voluntad de Dios debemos dejar de poner nuestra mirada en las cosas de esta tierra. Y para cumplirla debemos dejar de vivir como los de esta tierra.

Al anunciar Jesús su muerte, nos convida a proclamar: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. (San Pablo en Gal. 2:20).