Por Jorge Morales Villatoro
Día común en el calendario humano. En el calendario divino, María recibe una visita con revelación y llamamiento: participar en las más grandes obras de Dios y aquí, en la más grande obra de Dios para la humanidad perdida.
Su respuesta ante la visita gloriosa fue: “He aquí, –que se interpreta como ´Aquí estoy´– la sierva del Señor, hágase en mí conforme a tu palabra”. Respondió con espontaneidad, con fe, sin preguntar, sin excusas, sin argumentos, sino con sujeción, humildad y obediencia; sabiendo que la obra en que iba a participar, no sería fácil y sencilla.
Esta obra requería valentía, compromiso, disposición a sufrir dolores, sacrificios, más confiaba en los planes de Dios, que son santos y agradables. Sobre el advenimiento, no entendía todo, pero su corazón estaba dispuesto al ser elegida para llevar en su vientre a nuestro Redentor.
Ella se expuso a perder el amor de su vida, a José; y a perder la vida por las leyes del embarazo de las no casadas. Comenzaron los riesgos, dificultades. José hizo su parte, al obedecer la visión divina y recibirla como leal esposo.
Recorridos kilométricos se vendrían: el Emperador romano ordenó un censo, para una mujer embarazada recorrer 125 Km. de Nazaret a Belén, en subida no fue nada fácil. Sin duda ellos oraban: “Señor, en Ti confiamos, estamos en tu voluntad”; igual que en la posterior huida a Egipto ¡800 Km.! escapando de la matanza de los bebés, decretada.
Otra dificultad: No hubo lugar para ellos en Belén; llegaron peregrinos, religiosos, todo lo ocuparon. Así que, en un establo por hotel y en un pesebre por cuna, donde Jesús nació, lo acostó María, envuelto en pañales. “Donde Dios está, el lugar más humilde es un palacio; y un palacio donde Dios no está, es el lugar más vil”.
El Padre proveyó el oro para el Rey, que les sirvió para el viaje a Egipto. Sin duda, pasaron por lugares peligrosos, solitarios … a través de esa obediencia, ellos fueron partícipes de la obra de Dios, al cuidar al Hijo de Dios para trascender en las grandes obras y milagros para el bien de la humanidad.
Jesús llama, como cuando llamó a sus discípulos (Mr. 3), primero para estar con Él, conocerlo, escucharlo y para prepararnos; para estar en comunión, y salir a contar las maravillas. Muchos son los llamados, pocos los escogidos, porque no responden, no obedecen, anteponen argumentos humanos; sin conocerlo a Él, y sobre todo su soberanía.
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